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.:: Gustos personales ::.

Sentada en esta cafetería, me encuentro pensando que estamos rodeados de gente allá donde vallamos, gente con la que nunca cruzaremos ni una palabra. Da igual la gente que entra y sale de nuestra vida, porque en este preciso momento, llegó a la conclusión de que si ni siquiera somos capaces de aceptarnos a nosotros mismos, es imposible que el resto nos conozca realmente.

Esa pareja que desayuna en la mesa número ocho, por ejemplo. Gema y Nacho llevan diez meses trabajando en la misma agencia publicitaria. Él la observa encandilado, dos semanas atrás se dio cuenta de que estaba enamorado, más que de ella, de la seguridad en sí misma que demuestra. La última novia de Nacho era una mujer extremadamente insegura y dependiente que se pasaba el día controlándolo, pues los celos no la dejaban confiar en él. Gema le parece todo lo contrario, lo que no sabe es que viste ropa ligeramente ancha porque teme que las prendas ajustadas alarmen a sus allegados de los kilos que ha perdido. Sin embargo, cuando se mira al espejo se ve gorda, y por eso se mete los dedos hasta el fondo de la garganta religiosamente cada mediodía. Cree que Nacho es demasiado inocente para ella, pero no duda que la haría feliz, al menos durante un tiempo.

El que se sienta al final de la barra es Marcial, un abogado cuarentón. Fuma como los indios cabreados y mete la mano en el bolsillo interior de su chaqueta a cada momento para cerciorarse de que la bolsita de cocaína sigue en su lugar. Es de los que prefieren seguir repitiéndose que es feliz con su coche, su hipoteca, su mujer y su perro, a asumir la realidad. Aún confía en que si es capaz de repetirse lo perfecta que es su vida las veces suficientes, dejará de ser homosexual.

La estudiante que pasa las hojas sin mirarlas en la mesa dos se llama Camila, como su abuela. Lleva cerca de una hora dándole vueltas a si el chico con el que se ve últimamente es el adecuado para ella, finalmente decide que no y lo desecha de su vida sin remordimientos como a tantos otros. La razón oficial, tan insulsa como las anteriores, es que no tiene ningún plan de futuro. Lo cierto es que ella no busca sólo un novio, si no alguien que pueda ser amigo de todos sus amigos. Nunca se ha parado a pensarlo.

La mujer de gafas y pelo corto que acaba de ir al baño es Sara, y los pelos blancos de su jersey son de su perro Tusky. Ella se escuda en su westie para ignorar la soledad que la invade cada vez que llega a su casa vacía y no encuentra ningún mensaje en el buzón de voz. Hablando consigo misma, se excusa de haber descuidado sus amistades a favor del trabajo, porque quiere que la asciendan. Se ha jurado mil veces que cuando esto suceda, volverá a dedicarles tiempo tanto a allegados como a ella misma. Comienza a asumir que ya se ha escapado para siempre de las vidas de los que, en otro tiempo, eran sus amigos.

El greñas vestido de negro al lado de la máquina de tabaco se hace llamar Turco, en su DNI aparece como Tomás. Ha pedido un café pero ni siquiera lo ha probado, ya debe estar frío. Escribe sin cesar, tacha muchas cosas, de vez en cuando hace una bola con el folio y la deja encima de una de las sillas vacías. Lleva dos semanas intentando escribir una canción para que Elías, su mejor amigo y cantante del grupo, consiga que su novia lo perdone por serle infiel. Turco está enamorado de Nuria, la novia, y no quiere que Elías convierta en mentiras sus verdaderos sentimientos. Vuelve a poner la instrumental desde el principio, susurra la estrofa que acaba de escribir y, saturado, la descarta, pide la cuenta, se va.

¿Y yo? Me pierdo en pensamientos ajenos desde la mesa once, rezando por no encontrarme con mi verdadero yo por miedo a no estar preparada.
Pilar C. Sánchez

Pilar C. Sánchez

Escritora por hábito y por vicio, lectora por extensión. Escéptica, anarcocap, dice un título de la UCM que periodista. Con tendencia al caos (ordenado), gusto por las cosas raras y el frikerío en general. Cactus y escorpión, pero se me acaba cogiendo cariño.

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