Adriana se despertó sobre el pecho de Saúl, completamente desnuda, hecha un ovillo. Él abrió un ojo tímidamente y la miró, no retiró el brazo con el que la cubría. Lo abrazó fuerte, cerró los ojos y susurró "Quédate", las victorias sin riesgo no existen. Saúl la apartó con cuidado y se sentó en la cama, alcanzó el paquete de Marlboro de la mesilla y hasta haber inhalado el humo no dijo nada.
- Es lo único que te pedí que no dijeras.
- Pero ahora, que al fin estamos juntos no puedes irte, no me dejes aquí sola.
Al fin juntos. Era irónico, cruel sentido del humor que se gasta el destino. Saúl se había enamorado de ella nada más conocerla, y Adriana, bueno, a nadie le amarga tener pretendientes. Tontearon durante un tiempo sin que pasara nada, aunque ella se encargó de que él no perdiera la esperanza, a pesar de que en su corazón reinaba Esteban, con el que no dudó en irse, poniendo a Saúl en el difícil papel de "amigo". Cuando Esteban la dejó, su "amigo" la comprendió, la abrazó y le dió consuelo. Ella desapareció durante un mes entero, y él retomó sus planes de irse a vivir a Amsterdam. Cuando ya no había marcha atrás, se reencontraron y allí estaban ahora. En el punto de no retorno.
- Estoy enamorada de ti, me ha hecho falta tenerte para saberlo, pero siempre lo he estado.
- Princesita... a mi me ha pasado justo al contrario. Tengo que irme, si no lo hago ahora nunca lo haré, y es algo que necesito. Lo siento, pero realmente creía que era amor. Ahora se que no.
Él se vistió lentamente y la besó en la frente.
- Sé feliz, pequeña. Te llamaré en cuanto llegue. Una vez me pediste que fuéramos amigos, ahora yo te hago la misma pregunta, ¿podrás hacerlo? Está en tu mano. Adios, princesita.
Mientras oía el ruido de la maleta alejándose escaleras abajo, se vió en una habitación vacía, desnuda y aprentándo las sábanas, la primera de muchas lágrimas se aventuró por su mejilla. ¿Quién había ganado?
.:: Quédate ::.
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