Cuando los niños que actualmente rondan los 30 años veían en la tele al personaje del anime Bola de Dragón, Vegeta, lucir sus gafas super tecnológicas rosadas, jamás pudieron pensar que aquel artilugio futurista era, simplemente, una segunda pantalla del smartphone que llevaba en el bolsillo.
Ni los creadores de aquella popular serie de dibujos japonesa ni prácticamente nadie podía imaginar que ‘las gafas de Vegeta’ estaban inminentemente cerca. Tres décadas tras el comienzo de Bola de Dragón, llegan las Google Glass.
Los fundadores del buscador han hecho realidad algo que parecía simple ciencia ficción unos cuantos años atrás, y Sergéi Brin ya se ha dejado ver con su último gadget en diversos eventos. Los rumores apuntan a que sus competidores también están barajando la opción de los gadgets “de vestir” con un reloj que será lo mismo que las Google Glass versión de muñeca. Si la tecnológica responsable lo saca en colaboración con “Rolex no, Omega”, seguramente no tardaremos en vérselo puesto a James Bond.
Pero más allá de lo cool o trendy que pueda resultar pasearse por la calle con unas Google Glass de 1.500 dólares recién sacadas del paquete, su función práctica provoca cuanto menos escepticismo.
Los peros comenzaron a dejarse ver cuando Google abrió una sección para que los usuarios pudieran preguntar sus inquietudes y dudas sobre el gadget. “Google Glass no es para todo el mundo” aseguraron desde el buscador. La primera en la frente. Como si de un medicamento se tratase tienen efectos adversos: pueden producir dolor de cabeza o estrés de ojos “al igual que unas gafas convencionales”. Tampoco es recomendable- es decir, que se vayan olvidando- quienes han sido operados por láser.
El buscador también ha marcado la ‘mayoría de edad’ para su uso: 13 años. Esa es la edad mínima para crear una cuenta en Google, y respecto a las Glass desde el buscador indican que los menores de esa edad “podrían romper las gafas o dañarse a sí mismos”. Es una teoría cogida con pinzas, ya que hay menores de trece años que tienen un teléfono o tableta Android que, efectivamente, también necesitan una cuenta de Google para funcionar. No hace falta un máster para mentir en Internet.
Los peros comenzaron a dejarse ver cuando Google abrió una sección para que los usuarios pudieran preguntar sus inquietudes y dudas sobre el gadget. “Google Glass no es para todo el mundo” aseguraron desde el buscador. La primera en la frente. Como si de un medicamento se tratase tienen efectos adversos: pueden producir dolor de cabeza o estrés de ojos “al igual que unas gafas convencionales”. Tampoco es recomendable- es decir, que se vayan olvidando- quienes han sido operados por láser.
El buscador también ha marcado la ‘mayoría de edad’ para su uso: 13 años. Esa es la edad mínima para crear una cuenta en Google, y respecto a las Glass desde el buscador indican que los menores de esa edad “podrían romper las gafas o dañarse a sí mismos”. Es una teoría cogida con pinzas, ya que hay menores de trece años que tienen un teléfono o tableta Android que, efectivamente, también necesitan una cuenta de Google para funcionar. No hace falta un máster para mentir en Internet.
Google resume todo en que las Google Glass “como todo, tienen un momento y lugar”. Es decir, delega en los usuarios la responsabilidad de su utilización, que ya se está intentando limitar.
Diversos bares esparcidos por todo el mundo ya han prohibido su uso antes de que salgan a la venta. El motivo es simple: permiten sacar fotografías y videos de forma muy discreta, lo que atenta contra la privacidad de otros. El Senado de EEUU ya está interesándose por este aspecto. Muchos casinos también las han apuntado a su lista negra, pues ha trascendido que unos desarrolladores estaban inmersos en la creación de una App que cuenta cartas.
El rizo se ha terminado de rizar cuando se Landa Labs ha anunciado el lanzamiento de una App de reconocimiento facial para las Google Glass que permitirá identificar a las personas que el portador tiene delante y localizarlas en redes sociales, lo que ha llevado a muchos a poner el grito en el cielo.
Diversos bares esparcidos por todo el mundo ya han prohibido su uso antes de que salgan a la venta. El motivo es simple: permiten sacar fotografías y videos de forma muy discreta, lo que atenta contra la privacidad de otros. El Senado de EEUU ya está interesándose por este aspecto. Muchos casinos también las han apuntado a su lista negra, pues ha trascendido que unos desarrolladores estaban inmersos en la creación de una App que cuenta cartas.
El rizo se ha terminado de rizar cuando se Landa Labs ha anunciado el lanzamiento de una App de reconocimiento facial para las Google Glass que permitirá identificar a las personas que el portador tiene delante y localizarlas en redes sociales, lo que ha llevado a muchos a poner el grito en el cielo.
Luego está el aspecto estético. El último en lanzar una piedra contra el tejado ha sido el CEO de Apple, Tim Cook, que indicó que “no hay nada que vaya a convencer a un niño que nunca ha llevado gafas (...) a usar unas o al menos yo no lo he visto”, lo que a su parecer les otorga un atractivo limitado.
Las Google Glass, no obstante, constan solo de una pantalla delante de uno de los globos oculares, por lo que quizás, el término clásico de ‘cuatroojos’ para a ser ‘triojos’ o una alternativa similar.
El problema de las Google Glass es que, la impresión general que se está dando no se corresponde con lo que realmente son. Este gadget considerado revolucionario por muchos no es más que un mando a distancia del smartphone que se lleva puesto. Es decir, el complemento del complemento, lo que mediante esta definición ya se autodefine como redundante.
Las Google Glass, no obstante, constan solo de una pantalla delante de uno de los globos oculares, por lo que quizás, el término clásico de ‘cuatroojos’ para a ser ‘triojos’ o una alternativa similar.
El problema de las Google Glass es que, la impresión general que se está dando no se corresponde con lo que realmente son. Este gadget considerado revolucionario por muchos no es más que un mando a distancia del smartphone que se lleva puesto. Es decir, el complemento del complemento, lo que mediante esta definición ya se autodefine como redundante.
A pesar del auge de los smartphones y tabletas, la cúspide en el organigrama de la actividad informática y digital personal continúa siendo el ordenador, y aún tendrá que pasar tiempo para desbancarlo de su posición de poder. Aunque su uso vaya disminuyendo en tiempo, continúa siendo indispensable a efectos prácticos.
Las consecuencias del uso de las Google Glass también resulta cuestionable. Se trata de una pequeña pantalla colocada frente al ojo que se apagará cuando no tenga datos que mostrar. Pero para discernir lo que muestra, aunque el proceso no sea complicado, tampoco es natural. El usuario necesita desviar la vista hacia la esquina superior izquierda en la que se sitúa la pantalla y enfocar la mirada en ella.
Teniendo en cuenta que los smartphones ya han supuesto un disparador de la abstracción, lo que puede comprobarse en videos de Youtube donde un chico cae por un sumidero por no prestar atención a sus pasos absorbido por su teléfono o, en primera persona, al entrar en un vagón de metro lleno de zombies incapaces de levantar la vista de las pantallas, es fácil imaginar hasta qué punto puede llegar a distraer una pantalla puesta ininterrumpidamente frente al ojo del usuario y que atraerá la atención ante cada llamada entrante, mensaje, mail o cualquier notificación. Google, posiblemente, ha sobreestimado la capacidad humana de visión y atención.
No se trata de que las Google Glass no puedan ser útiles. Hay entornos laborales, por ejemplo, donde el usuario podrá utilizar la tecnología de las apps sin perder la autonomía de sus manos tanto como con un smartphone. Aunque para navegar por los menús sea necesario manipular la patilla de las gafas.
En cambio, en su uso en la vida cotidiana su funcionalidad deja mucho que desear. No existen grandes diferencias entre enfocar la visión en la micro pantalla colocada ante el ojo o los cinco segundos que se tarda en sacar el smartphone del bolsillo para echarle una ojeada.
Además, las Google Glass amenazan con convertirse en un trasto potencialmente aparatoso. Google asegura que la autonomía del dispositivo es de un día. Sí, lo mismo que aseguran muchos fabricantes de smartphones cuyas baterías llegan al mediodía agonizantes. Muchos desarrolladores que ya tienen en sus manos el dispositivo para comenzar a crear su autosistema han indicado en blogs y reviews que es común tener que recargarlas una o dos veces al día. “Depende del uso”, es la ambigua frase con la que se curan en salud.
Otro problema pragmático llega como el smartphone o las Google Glass se queden sin batería, porque entonces ya no funcionan. El primer pensamiento: pues las guardo. Pero ni eso es tan sencillo. Las Google Glass son una estructura rígida cuyas patillas no se doblan. Así que transportarlas puede convertirse en toda una odisea. Porque como cualquier gadget, son delicadas. Nada de mojarlas, nada de presión que pueda romperlas, nada de golpes o podrían salir mal paradas. Vamos, que un estuche para ellas no sería exactamente pequeño.
Aunque sea una aproximación casi exacta, y mejorada en muchos aspectos al no tratarse de simples letras pixeladas, a aquellas gafas de Vegeta con la que tantos niños han soñado, las Google Glass no nos facilitarán la vida más de lo que hace el smartphone. Eso sí, convertirán a cualquier usuario en un espía potencial capaz de inmortalizar sin que el resto se entere cualquier situación y, para más INRI, reconocerte, encontrarte en una red social y, presumiblemente, etiquetarte en ese video o foto automáticamente. Si quieres desetiquetarte... pues tendrás que hacerlo a mano o mejorar la privacidad de tus redes sociales.
Las consecuencias del uso de las Google Glass también resulta cuestionable. Se trata de una pequeña pantalla colocada frente al ojo que se apagará cuando no tenga datos que mostrar. Pero para discernir lo que muestra, aunque el proceso no sea complicado, tampoco es natural. El usuario necesita desviar la vista hacia la esquina superior izquierda en la que se sitúa la pantalla y enfocar la mirada en ella.
Teniendo en cuenta que los smartphones ya han supuesto un disparador de la abstracción, lo que puede comprobarse en videos de Youtube donde un chico cae por un sumidero por no prestar atención a sus pasos absorbido por su teléfono o, en primera persona, al entrar en un vagón de metro lleno de zombies incapaces de levantar la vista de las pantallas, es fácil imaginar hasta qué punto puede llegar a distraer una pantalla puesta ininterrumpidamente frente al ojo del usuario y que atraerá la atención ante cada llamada entrante, mensaje, mail o cualquier notificación. Google, posiblemente, ha sobreestimado la capacidad humana de visión y atención.
No se trata de que las Google Glass no puedan ser útiles. Hay entornos laborales, por ejemplo, donde el usuario podrá utilizar la tecnología de las apps sin perder la autonomía de sus manos tanto como con un smartphone. Aunque para navegar por los menús sea necesario manipular la patilla de las gafas.
En cambio, en su uso en la vida cotidiana su funcionalidad deja mucho que desear. No existen grandes diferencias entre enfocar la visión en la micro pantalla colocada ante el ojo o los cinco segundos que se tarda en sacar el smartphone del bolsillo para echarle una ojeada.
Además, las Google Glass amenazan con convertirse en un trasto potencialmente aparatoso. Google asegura que la autonomía del dispositivo es de un día. Sí, lo mismo que aseguran muchos fabricantes de smartphones cuyas baterías llegan al mediodía agonizantes. Muchos desarrolladores que ya tienen en sus manos el dispositivo para comenzar a crear su autosistema han indicado en blogs y reviews que es común tener que recargarlas una o dos veces al día. “Depende del uso”, es la ambigua frase con la que se curan en salud.
Otro problema pragmático llega como el smartphone o las Google Glass se queden sin batería, porque entonces ya no funcionan. El primer pensamiento: pues las guardo. Pero ni eso es tan sencillo. Las Google Glass son una estructura rígida cuyas patillas no se doblan. Así que transportarlas puede convertirse en toda una odisea. Porque como cualquier gadget, son delicadas. Nada de mojarlas, nada de presión que pueda romperlas, nada de golpes o podrían salir mal paradas. Vamos, que un estuche para ellas no sería exactamente pequeño.
Aunque sea una aproximación casi exacta, y mejorada en muchos aspectos al no tratarse de simples letras pixeladas, a aquellas gafas de Vegeta con la que tantos niños han soñado, las Google Glass no nos facilitarán la vida más de lo que hace el smartphone. Eso sí, convertirán a cualquier usuario en un espía potencial capaz de inmortalizar sin que el resto se entere cualquier situación y, para más INRI, reconocerte, encontrarte en una red social y, presumiblemente, etiquetarte en ese video o foto automáticamente. Si quieres desetiquetarte... pues tendrás que hacerlo a mano o mejorar la privacidad de tus redes sociales.
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